El corazón como órgano y como destino

07.12.2025

A Agnese, con todo lo bueno que ha podido dar a mi existencia.


Sin título, 2025, Abel Gropius
Sin título, 2025, Abel Gropius

Fui padre antes de ser padre, y como tú, sufrí e intenté sanar mis heridas, sin siempre lograrlo, porque hay dolores que no se pueden domar y permanecen como cicatrices invisibles. Sin embargo, esas mismas cicatrices enseñaron a mi corazón que la fragilidad no es una condena sino un camino, que la vulnerabilidad no es debilidad sino una forma de conocimiento, y que cada vez que creía no poder con la situación, descubrí que mi fuerza no residía en ser invulnerable, sino en aceptar caer y levantarse.
Fui padre antes de ser padre porque aprendí a cuidar lo que aún no había nacido, a proteger sueños que aún no tenían rostro, a albergar esperanzas que aún no tenían nombre, y en este ejercicio de responsabilidad anticipada, comprendí que el amor nunca es una posesión sino siempre un don, que no se mide por la perfección de las victorias sino por la fidelidad a los intentos, incluso cuando fracasan, incluso cuando dejan heridas que nunca cicatrizan del todo.
Y así, a lo largo de mi camino, descubrí que ser padre significa, sobre todo, dar testimonio de una verdad más grande que yo mismo: la verdad de que la vida no está hecha para ser retenida, sino para ser entregada; que el corazón no está hecho para ser protegido del dolor, sino para ser traspasado por él y transformado en un espacio más grande; y que cada herida, incluso la más incurable, es en realidad una semilla que prepara un futuro diferente, más amplio y más brillante. ¡
Este escrito está dedicado a ti!

El corazón, que no es solo un músculo, sino un enigma encarnado, ha elegido un camino radical y casi paradójico a lo largo de la evolución: renunciar a la regeneración para preservar la estabilidad, renunciar a la multiplicación de sus células para minimizar los errores genéticos, renunciar a la posibilidad de una curación completa para asegurar la continuidad de su latido. Y en esta renuncia ha encontrado su fuerza, porque casi ningún tumor se atreve a atacarlo, pero cada herida que lo golpea permanece como una marca indeleble, como un recuerdo imborrable, como una señal que habla de la fragilidad de lo que es a la vez invulnerable y vulnerable. 


EDITORIAL | ABEL GROPIUS


Dentro del pecho, este misterioso órgano alberga un pequeño ejército de neuronas, unas cuarenta mil, que no piensan como la mente, sino que se comunican con ella, modulando las emociones, el dolor y la calma. Este diálogo silencioso revela su naturaleza de « segundo cerebro », un centro autónomo que puede seguir latiendo incluso fuera del cuerpo, alimentado por su propia electricidad interna, como si hubiera nacido para demostrar que la vida no necesita órdenes externas para existir, que la vida es un impulso autosostenido, que la vida es un ritmo ininterrumpido.

Pero cuando el amor lo rompe, se rompe de verdad, porque biología y metafísica se encuentran en una fractura que no es meramente simbólica sino real, y en ese dolor aparentemente incurable se abre un paso, una herida que se convierte en puerta, un abismo que se convierte en umbral, un vacío que se convierte en espacio fértil, y justo ahí, donde la soledad parece insoportable, surge la posibilidad de escuchar la voz más auténtica dentro de uno mismo, la que no se deja engañar por ilusiones sino que prepara elecciones nuevas, más conscientes, más libres, más grandes.

Cada lágrima que cae no es estéril sino una semilla, cada sufrimiento no es una condena sino una iniciación, cada caída no es el final sino un entrenamiento, y el corazón que hoy parece roto es en verdad un corazón que se expande, que se entrena para contener más amor que nunca antes, que se prepara para reconocer y acoger un amor más justo, más amplio, más luminoso.

Así, el amor que hiere no es el final de la historia sino apenas una página que prepara el capítulo siguiente, y ese capítulo se escribirá con una pluma más segura, con una mirada más previsora, con una fuerza que nace de haber superado ya el temporal, porque la certeza de estar vivo no se mide por la ausencia de dolor sino por la capacidad de arriesgar, de caer, de levantarse de nuevo, y de transformar cada herida en un camino, cada soledad en un silencio fértil, cada lágrima en una semilla de renacimiento.

El corazón, órgano biológico y símbolo existencial, nos enseña que la vida es una elección entre estabilidad y regeneración, pero también entre expansión y cierre. Es precisamente en su naturaleza dual —músculo palpitante y símbolo del sentimiento— donde se revela la verdad más profunda: no vivimos para evitar el dolor, vivimos para experimentarlo y transformarlo, porque solo quienes han experimentado la fractura pueden contener la inmensidad del amor venidero.



La apariencia del corazón humano sin grasa ni músculo.
La apariencia del corazón humano sin grasa ni músculo.


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